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Dom, Abr
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Multitudinaria manifestación en Washington contra el racismo y contra Trump

Política
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Ha pasado ya una semana desde que comenzaran las concentraciones. En estos días, el Ejército se ha desplegado en las calles de una capital bajo toque de queda, algo hasta ahora impensable

(ABC) Puño en alto, boca tapada para prevenir el contagio de coronavirus, una gigantesca multitud desciende este sábado sobre la Casa Blanca en varias manifestaciones que en principio se convocaron para repudiar el racismo, pero que han acabado siendo en realidad un clamoroso rechazo de la presidencia de Donald Trump, quien, ante la peor oleada de disturbios de la historia reciente de Estados Unidos, ha convertido la Casa Blanca y sus calles aledañas en una fortaleza rodeada de barricadas y protegida por cientos de antidisturbios y soldados.

«George Floyd», gritaba esta tarde una multitud que se concentró en el Capitolio, repitiendo el nombre de la raza negra que el 25 de mayo murió en Mineápolis bajo custodia policial, después de que un agente le hincara su rodilla sobre el cuello durante casi nueve minutos. «¡No puedo respirar!», decían después los manifestantes, repitiendo las últimas palabras de Floyd antes de desmayarse, grabadas en los móviles de varios testigos y difundidas después en redes sociales.

Ha pasado ya una semana desde que comenzaran las concentraciones de protesta contra el racismo frente a la Casa Blanca, acompañadas de noches insomnes de saqueos, incendios y demás actos vandálicos. En estos días, el Ejército se ha desplegado en las calles de una capital bajo toque de queda, algo hasta ahora impensable. Vehículos militares bloquean los accesos a la Casa Blanca. Soldados uniformados vigilan las escaleras del monumento a Lincoln. Algunas noches, helicópteros de combate han dispersado a los manifestantes, volando tan bajo que hasta han quebrado ramas de árboles.

La militarización de su respuesta a los disturbios ha enfrentado a Trump a las autoridades de Washington, una ciudad que en realidad es un distrito federal y está bajo la supervisión directa del Gobierno central de la nación. La alcaldesa, la demócrata Muriel Bowser, afroamericana como muchos de los manifestantes, le ha exigido a Trump que ordene el repliegue de los soldados. Este se ha negado y ella ha respondido autorizando que en el asfalto de la Calle 16, que desemboca directamente en la columnata delantera de la Casa Blanca, se pinten unas gigantescas letras amarillas en las que se lee claramente: «Las vidas negras también importan».

La decisión del presidente de involucrar al Pentágono y al Estado Mayor Conjunto en una operación antidisturbios en la capital del país le ha provocado también desavenencias con destacados miembros de su partido. Varios exministros, incluido el primer secretario de Defensa, James Mattis, y su segundo jefe de gabinete, John Kelly, ambos respetados generales del Marine Corps, le han criticado abiertamente, acusándole de falta de madurez y de dividir a la nación, en lugar de unirla. De forma similar se han manifestado la primera mujer de raza negra que fue jefa de la diplomacia norteamericana, Condoleezza Rice, y el anterior presidente republicano, George W. Bush.

Símbolos nacionales

Cuando cayó la tarde de este sábado, al menos seis marchas con miles de personas cada una comenzaron a avanzar hacia la residencia del presidente desde diversos puntos de la capital, entre ellos los símbolos más importantes de la historia de este país, escenarios de la lucha por la igualdad racial: la Corte Suprema, que primero legitimó y después prohibió la segregación racial; el Capitolio, que aprobó la Ley de Derechos Civiles en 1964; el monumento a Lincoln, el presidente que ganó la guerra al sur confederado y esclavista.

Y aunque en principio estas manifestaciones eran todas para condenar el racismo y pedir medidas para acabar con la brutalidad policial contra las personas de raza negra y otras minorías, pronto se han convertido en una condena integral a Trump. «Lleva años diciendo que quería construir un muro para que no entraran los inmigrantes, y cuatro años después lo único que ha construido es un muro alrededor de la Casa Blanca», decía a las puertas de esta Sarah Jones, una joven de 28 años de raza negra, camarera en paro por la pandemia, con una pancarta en la que se leía «Bunker Baby».

Así, y con otras variantes con la palabra «bunker», llaman muchos de estos manifestantes a Trump porque el viernes pasado, durante la primera manifestación ante la Casa Blanca, el Servicio Secreto decidió bajarle a él y a su familia al famoso bunker en el que se refugió el vicepresidente Dick Cheney el 11 de septiembre de 2001 durante los atentados terroristas de Al Qaeda contra Nueva York y Washington. Visiblemente molesto, siempre preocupado por su imagen, Trump ha dicho después que sólo bajó al bunker «para inspeccionarlo».

Su preocupación por mostrar fuerza y dureza llevó al presidente a dar un breve discurso a la nación el lunes en el que se proclamó «el presidente de la ley y el orden» para, acto seguido, hacer algo normalmente impensable: salir por las puertas delanteras de la Casa Blanca, cruzar la verja, y acercarse a una iglesia cuyos bajos había sido quemados el día antes. Para que pudiera dar ese breve paseo —tres minutos como mucho— los antidisturbios cargaron contra los manifestantes, usando granadas aturdidoras, gas pimienta y pelotas de goma.