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Dom, May

MUERE MARADONA... Argentina llora a su héroe y decreta tres días de luto nacional

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Era un gol cantado. Sólo faltaba saber cuándo y dónde. Maradona había dejado la portería de su vida libre hace décadas y sólo faltaba el remate final. Le llegó, como al resto de Argentina, cuando no lo esperaba, cuando parecía que todo iba bien. Había superado un hematoma subdural, un coágulo en la corteza de ese cerebro con tanto talento y que tanto castigó. Y así, mientras se supone que descansaba, que se recuperaba, aunque era irrecuperable, la muerte se la metió por toda la escuadra, de esa salud mermada a golpe de excesos, de alcohol, de drogas sintéticas y de las otras, de polvo de estrellas rotas.

(ABC) .-El shock es nacional. Su muerte, cuestión de Estado. El luto, sin fronteras.

Es la última tragedia para una Argentina encerrada por la pandemia y atrapada en su propia miseria devaluada. Es el terremoto lloroso de un pueblo que vio cómo su ídolo se cortaba las piernas y el «barrilete (cometa) cósmico» caída en picado.  Es la noticia que en la Casa Rosada intentaban asimilar para preparar los funerales de su último genio derrotado, pero también de su fan y militante. Diego Armando era kirchnerista antes que peronista, Castrista antes que revolucionario y chavista antes que madurista.

El presidente de Argentina, Alberto Fernández, decretó tres días de duelo nacional. Es cuestión de tiempo conocer cómo será la película de su despedida final, la de su existencia tiene tantas versiones como etapas en su vida. Canciones como la de Andrés Calamaro y cintas como la de Emir Kusturica pueden ser reflejo de un espejo, bastante justo y demasiado generoso al mismo tiempo, de lo que fue.

 

La iglesia maradoniana perdió a su Mesías y ese pecado no tiene consuelo. Las misas y la juerga, con el Covid-19, se habían terminado pero ahora, a partir de ya, será para siempre. Sólo quedará su recuerdo y las imágenes, las de fantasía, las verdaderas y las distorsionadas.

La memoria de un hombre de 60 años hecho trizas se salvará por las colas infinitas que formarán los argentinos. Perder al Diego, ahora que se tiene en el banco, bajo el colchón y como esperanza, menos que nada, es perder la ilusión para los suyos y la confirmación de que su desastre es paralelo al del país que lo mimó en exceso, le perdonó y a veces, sólo a veces, le castigó pero, siempre, le dio otra oportunidad.

 

Se acabó. No va más. Las crónicas de sus genialidades serán eternas. Las de sus disparates también. La escopeta a tiro limpio contra los periodistas para que no le acosaran, las escenas de la cocaína en el jarrón durante una orgía descubierta, el tren del ALBA contra la Cumbre de las Américas, los tatuajes del Che con el puro en el brazo y los nombres de sus dos hijas del único matrimonio: Dalma y Giannina, se irán con él.

 

Se le acumularon los hijos, las peleas, las trampas dentro y fuera del campo de juego. La  mano de Dios ya era un manojo de nervios tembloroso del que se aprovechaban otros. Vídeos hechos a traición donde se convirtió, en la intimidad, en una caricatura de sí mismo… Y sus mujeres... Entre ellas, con él y contra él. La última, Rocío Oliva y a la que acusó de ladrona para reconciliarse y volver a separarse, una y otra vez. La que pasó por la vicaría, Claudia Villafañe.... La madre de Dieguito Fernando, Verónica Ojeda. La de Jana, Valeria Sabalain, a la que le dio los apellidos cuando entró en guerra con las legítimas... El tercer Diego (Sinagra) que, en rigor, es el segundo y en Italia le forzaron a darle lo que era suyo, los apellidos. Con todos estos murió, a su manera, reconciliado.

Maradona debió ser el Pelé de piel blanca pero no pudo. El brasileño fue grande dentro y fuera del campo. El pelusa, sólo dentro (en su barrio se lo reprochaban) y a juicio de la historia, bastante mejor. Ganó un Mundial por arte de la magia que tenía en ese pie izquierdo y por su espíritu luchador, le dio al Barcelona la Copa del Rey de 1983 y al Nápoles dos títulos. Decir «El 10» en Argentina y el mundo, era decir «Dios».

 

Su número se lo entregó en persona a Messi cuando se puso a dirigir la albiceleste. Su sueño de ganar otro mundial desde el banquillo no pudo ser.

Diego Armando Maradona era un narciso, fullero, provocador... pero un genio con el balón. Todo esto, ya no importa, es pasado.