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Sáb, May
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Diez historias «secretas» del Museo Nacional de Ciencias Naturales

Ciencia y tecnología
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Con motivo de la publicación de la nueva guía, el museo celebra un día de puertas abiertas para mostrar las «joyas ocultas» de una colección que alberga más de diez millones de piezas

(ABC) Corría el año 1771 cuando Carlos III fundó el Real Gabinete de Historia Natural. Este sería el germen de lo que hoy es el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), donde actualmente se custodian más de diez millones de piezas de 350 mil  especies animales distintas. Desde entonces han pasado algunos periodos de esplendor, como su primera etapa con el rey ilustrado y la inestimable ayuda del famoso naturalista Pedro Franco Dávila; aunque sus moradores afirman que han sido muchos más los periodos oscuros, sobre todo las épocas de guerra y la segunda mitad del siglo XX.

Aún con todo, el MNCN sigue vivo, y muestra de ello es el nuevo libro «Las Colecciones del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Investigación y Patrimonio». La nueva publicación se edita con la intención de dar a conocer el rico tesoro que albergan las viejas paredes del edificio de la calle José Gutiérrez Abascal y que la mayoría de las veces es un gran desconocido para el gran público, incluso para el que lo visita de forma regular. Con motivo de la presentación, se llevó a cabo una jornada de puertas abiertas en las que los principales responsables de las colecciones dieron a conocer las «joyas ocultas» de uno de los mejores museos de ciencias naturales del mundo. Aquí, diez de sus «secretos» que no siempre están a la vista.

Para comenzar la colección, Carlos III decidió aceptar la oferta de Pedro Franco Dávila, un coleccionista y naturalista autodidacta nacido en Guayaquil pero que había residido la mayor parte de su vida en Madrid. La componían unas 2.000 piezas de todo tipo, desde el primer esqueleto de un animal extinto (el famoso megaterio) a sorprendentes grabados y dibujos. Entre estos últimos se atesora en el archivo del MNCN muchos destacables, pero entre ellos se encuentra una lámina del siglo XVII, previa a la fotografía, en la que se puede ver lo que el autor afirma que son huevos de cocodrilo encerrados en vistosos botes con conchas de moluscos decorando las vistosas tapas.
«En este periodo hay cierta voluntad científica, pero prima crear composiciones extrañas o sorprendentes, porque es el momento del comienzo del coleccionismo y del paso de los gabinetes de curiosidades», explica Mónica Vergés, responsable del Archivo y una de las firmantes de la nueva guía. La pieza original de la que fue sacado primero el dibujo y después el grabado que se puede observar sobre estas líneas está en el Museo Zoológico de San Petersburgo desde que el zar Pedro I comprara toda la colección original del particular que la poseía tras quedarse profundamente impresionado. «Posiblemente el artista rompió el huevo para que se pudiera ver por dentro del huevo; sin embargo, hoy la gran mayoría de las piezas están malogradas, ya que el líquido se ha evaporado con el paso del tiempo».
Un líquido que era algo así como el «santo grial» de los coleccionistas: cada uno tenía su propia fórmula y la guardaba tan celosamente como hoy se esconde la fórmula del refresco de cola más famoso del mundo. Con la llegada de la ciencia, se pasaría al Formol, si bien en la actualidad se utiliza el alcohol ya que el primero, además de ser tóxico para el ser humano, fija las cadenas de ADN, tan importantes en los nuevos estudios moleculares.