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Los extremófilos: los seres que viven al límite de lo imposible

Ciencia y tecnología
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En el mundo microscópico encontramos los mejores ejemplos de supervivencia extrema, seres capaces de vivir en hábitats en los que otras formas de vida son imposible 

(ABC).- Espacios hidrotermales, profundidades de los volcanes, espacios sin oxígeno o chorros de ácido submarino son algunos de los lugares predilectos para vivir de los microorganismos extremófilos.

 

Estas bacterias han poblado nuestro planeta desde hace miles de millones de años y presentan una serie de singularidades que ha provocado que los científicos les presten cada vez más atención. A pesar de que acercarse a ellos no sea una tarea fácil, puesto que la mayoría habitan bajo tierra, dificultando enormemente su estudio.

 

Los extremófilos nos ofrecen ciertos indicios sobre la posible existencia de microorganismos análogos en Marte, un planeta que presenta temperaturas que oscilan entre los -20ºC y los -100ºC, en donde además sus habitantes tendrían que tolerar altas concentraciones salinas que le permitan al agua estar líquida a temperaturas tan bajas.

 

Metanogénicas y halófilas

 

Dentro de los extremófilos se encuentran las bacterias metanogénicas, microorganismos anaerobios que no toleran la exposición al aire, por muy breve que sea. Gracias a su metabolismo son capaces de usar el hidrógeno como fuente de energía y el dióxido de carbono como fuente para su crecimiento.

 

Son bacterias habituales en el rumen de las vacas y rumiantes, animales capaces de eliminar hasta cincuenta litros de gas metano diariamente por su boca.

A este grupo pertenece la Methanococcus jannaschii, un coco irregular que fue aislado en una chimenea –white smoke- a 2600 metros de profundidad en el océano Pacífico, siendo capaz de soportar un rango de temperaturas que oscilan entre los cincuenta y ochenta y seis grados centígrados.

 

Otro grupo de bacterias extremófilas son las conocidas como alogénicas, las cuales viven en ambientes extremadamente salinos, como puede ser el mar Muerto, el Great Sal Lake o en estanques de evaporación de agua salada.

La estrategia de estos microorganismos para soportar la gran concentración salina es evitar los efectos de la ósmosis, un proceso por el cual el agua pasa a través de la membrana celular de la solución más diluida a la más concentrada.

 

Cuando la temperatura no es un problema

 

Hay extremófilos que precisan temperaturas muy elevadas –próximas a los cien grados centígrados- para poder crecer. La mayoría suelen encontrarse en aguas termales o sulfurosas (vgr. Sulfolobus), en profundidades marinas o en drenajes mineros ácidos.

 

En 1969 el científico Thomas Brock descubrió una bacteria –Thermophilus aquaticus- en el Parque Nacional de Yellowstone que es capaz de vivir a temperaturas que superan los 45ºC.

En el otro rincón estaría, por ejemplo, la Polaroma vacuolata, un extremófilo del grupo de psicrófilos o criófilos, que viven a temperaturas extremadamente bajas. Su hábitat son las aguas de la Antártida, en donde vive a 0ºC, con una temperatura óptima próxima a los 4ºC.

 

También hay microorganismos acidófilos –viven a pH muy bajo-, entre los que se encuentra el Lactobacillus acidophilus, que habita en el intestino del ser humano; otros capaces de sobrevivir a la radiación espacial, suspendiendo sus procesos metabólicos durante largos periodos de tiempo para adaptarse a las condiciones más hostiles, como son los tardígrados, también conocidos como osos de agua.

La clave de todos estos ejemplos ha sido la adaptación, todos ellos han sido capaces de moldear su supervivencia en hábitat imposibles para la gran mayoría de las especies.