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Sáb, May
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El sapo partero, el mejor padre del reino animal

Ciencia y tecnología
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Su nombre alude al hecho de que son los machos los encargados del cuidado de los huevos hasta que se produce el momento de la eclosión

A pesar de no ser la norma, en algunas especies son los abnegados machos los que se encargan del cuidado de sus vástagos. Quizás el ejemplo más conocido por todos sea el del pingüino emperador, especie en la que son ellos los que renuncian al alimento y los que se dedican a proteger al único huevo de la temporada durante el gélido período invernal.

 

No menos impresionante es la labor que realizan los caballitos de mar. Después de un ritual de apareamiento, que se prolonga durante días y en la que nadan macho y hembra al unísono entrelazando las colas, la hembra alinea el oviducto con la bolsa incubadora que tiene en el macho en el torso y le deposita cientos de huevos. A partir de entonces es el macho el encargado de cuidarlos hasta que se produzca la eclosión.

 

Los machos del cisne de cuello negro tienen también un lugar reservado en el ranking de padres desprendidos, ya que cargan con las crías durante el primer año de vida, defendiéndose de los posibles depredadores.

A pesar de todo, y no es por quitar ningún mérito a todos estos animales, el puesto de honor de 'padrazo' del reino animal le corresponde al sapo partero (Alytes obstetricans), un anfibio de la familia de los anuros.

 

Un comportamiento nupcial característico

 

Este sapo es de pequeño tamaño, de aspecto rechoncho, de ojos saltones y pupila vertical. Su piel es típicamente granulosa y tiene dispuestas pequeñas verrugas agrupadas en los costados.

Generalmente los anfibios anuros y los urodelos se aparean en amplexo, esto es, mediante un fuerte abrazo en el que el macho sujeta a la hembra inmediatamente por debajo de sus extremidades anteriores o por encima de las posteriores. La hembra produce huevos sin cubiertas, con la excepción de una cápsula mucosa, que son vertidos al agua en donde los espermatozoides llevan a cabo la fecundación.

Sin embargo, el sapo partero es una excepción y su comportamiento nupcial es muy complejo y singular. Por una parte, los huevos no son fecundados en el agua, son protegidos durante el desarrollo embrionario y, por otra, es el macho el encargado de salvaguardarlos hasta el momento de la eclosión.

 

A cuestas con los huevos

 

Con la llegada de la primavera el macho emite desde su guarida sonidos aflautados y repetidos con los que intenta atraer a hembras grávidas. Típicamente su canto nupcial está formado por una sola nota que recuerda bastante al canto del autillo (hu…hu…hu…).

Las hembras se sienten atraídas por los cantos más graves, frecuentes y duraderos, los cuales se corresponden a los machos de mayor tamaño, a los que se presupone una mejor carga genética. Es tal la seducción de la tonada masculina que hay ocasiones en las que las hembras se interponen entre parejas que ya han iniciado el apareamiento.

 

El amplexo del sapo partero suele durar entre treinta y cuarenta y cinco minutos, durante el cual el macho estimula la cloaca de la hembra para que expulse sus huevos y puedan ser fecundados.

Los huevos son de gran tamaño, de color ambarino y están unidos por dos cordones. Una vez que han sido fertilizados el macho enreda los cordones entre sus patas y carga con ellos. Habitualmente al macho no le basta con portar los huevos de una sola hembra, sino que, debido a que la promiscuidad de la que hace gala, suele cargar simultáneamente con los huevos de dos o tres hembras.

 

Durante un mes el sapo partero portará los huevos allá donde vaya, dando tiempo a los renacuajos para que puedan desarrollarse en su interior. Llegado el momento oportuno se acercará al agua, deposita los huevos, los cuales acabarán eclosionando y, de esta forma, los renacuajos podrán completar la metamorfosis. Lo dicho… el mejor padre del reino animal.