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Dom, May

FÚTBOL Regalos a un arrebatado Villarreal

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LIGA SANTANDER... Derrota blanca en un partido extraordinario; errores y tropiezos defensivos penalizan a los de Ancelotti

Como casi siempre, el partido empezó con una fuerte presión local que ya hizo temblar al Madrid en los pies de Rudiger. En ese arreón inicial, Coquelin remató de tacón al palo una combinación que en su origen tuvo a Gerard, el Benzema español, un jugador finísimo, hermoso de ver, disfrutable en cada control, en cada giro, y en la presciencia de sus actos en la media punta.

El Madrid fue saliendo del aprieto con Vinicius, que sacaba faltas como pausas para la respiración, y también por el diálogo que empezaron a sostener Kroos y Modric: uno se la pasaba al otro, balones casi horizontales, ligeramente diagonales, de un interior a otro, logrando un ir y venir y un ritmo como de mecedora que fue ensanchando al Madrid y haciéndolo subir. Ya en el minuto 10, Modric asistió con caño y trivela a Vinicius, que falló. Estuvo brillante pero errático en la definición.

Otro buen argumento lo tenía el Madrid en la derecha. Estaba Militao de lateral y allí, en un par de arrancadas, se vio una potencia y una zancada que no se recordaban ya en esa demarcación. Subió varias veces y en el minuto 20 pudo haber marcado o asistido letalmente en una gran ocasión en la que se entretuvo. El pase había sido de Benzema, los primeros destellos de lo que parece una recuperación. No fue la única asistencia artística que dio. Al final de la primera parte, se la dejó de primeras, con lujosa cadencia, a Vinicius, que volvió a fallar ante Reina.

Era un partidazo de otro tiempo, de cuando los entrenadores no mandaban tanto. Un juego alegre, técnico y serio, preciso y veloz, un correcalles, pero correcalles bonito y ordenado. El Villarreal tiene un juego delicioso cuando Parejo encuentra a Gerard y este distribuye a las alas, como en la clara ocasión que tuvo Yeremy Pino en el minuto 23, oscurecida por el corpachón elástico de Courtois.

A la vuelta del descanso, se repitieron algunas cosas. El ardor local, que tampoco era salvaje, provocó un fallo defensivo en el Madrid. Mendy, como si tuviera algún problema óptico grave, regaló la pelota al rival y Gerard, sistemáticamente generoso, se la volvió a dejar a Yeremy, que esta vez no falló.

Además del robo, resultado de su mayor ímpetu, gran parte del daño del Villarreal se producía en acciones en que Gerard bajaba al mediocampo para moverla al primer toque. No parecía una acción muy sofisticada y hasta cierto punto era previsible y hasta normal. Pero al robo o regalo del Madrid y al mencionado mecanismo de Gerard se sumó el juego al contragolpe, ya con espacios claros.

El correcalles se fue haciendo más largo, más frenético por momentos, más veloz aún.

Vinicius tomó la iniciativa como el campeón que es, y en el minuto 55 hizo una jugada colosal: se fue al área, con varios encima, se apoyó en Tchouaméni y más rápido que nadie tocó para Benzema, que falló, pero en la propia acción de Vinicius estaba el meollo, pues un defensor, en la pugna por detener al brasileño, cometió mano al darle a la pelota con el brazo. ¿Involuntaria? Sí, pero con sentido. Porque el defensa estiró más la mano que la manga al ir tan exigido por la velocidad de Vinicius. Vinicius había provocado un penalti nuevo o, al menos, poco visto que se producía antes del chut y antes de la asistencia, un penalti que no pretendía interceptar, provocado por los apuros y exigencias de la persecución.

En la jugada inmediatamente siguiente, hubo un penalti aun más raro. Atacaba Foyth y Alaba se cayó. Al tropezar, la mano se le quedó tonta y ahí interceptó la pelota. Casi fue más la pelota a la mano que la mano a la pelota. Es la pregunta nueva de los penaltis: ¿la mano iba o venía? No es que no hubiera intencionalidad, es que había accidentalidad. Y hasta algo más: anti-intencionalidad, porque Alaba, que estaba en el suelo, se sujetaba en la mano y para no hacer penalti la levantó: hizo penalti por no hacer penalti, hizo penalti también por responder al instinto de apoyarse al caer. O sea: hubo accidente, hubo un reflejo instantáneo (¿humanamente inevitable?) y hasta dos, porque colisionaron en torpe dubitación el instinto de apoyarse y el instinto de no hacer penalti; hubo falta de intención e incluso 'inintencionalidad'… pero fue penalti.

Dos evidencias: los nuevos defensas tienen que ser mancos. Que lleguen mancos al fútbol o que sean amputados durante el proceso formativo. La cantera que se especialice en eso tomará ventaja.

La segunda evidencia es que el VAR y los árbitros están decidiendo ya casi todos los partidos. El VAR y los cambios de reglamento han reventado el viejo concepto de penalti, potenciándolo; como si fuera una revolución futbolística, los penaltis ahora son una lotería renovada, cósmica, como si el azar del fútbol tomara nuevas formas, y mayor protagonismo. Es un fútbol tactificado, agotado de esquematismo, que paradójicamente se acaba decidiendo por la rifa de penaltis involuntarios, accidentales, insospechados… Eso es el fútbol: táctica y azar, pero no un azar mágico, sino un azar en su odiosa forma arbitral, como una discrecionalidad del ojo que todo lo ve. ¿Somos futbolísticamente también objeto de la más cruel vigilancia, sin intimidad (¡sin la intimidad mínima del gesto reflejo!), acaso un punto más del panóptico? Eso es el fútbol, un absurdo panóptico del ojo múltiple y como de insecto del complejo técnico-mediático-federativo...

Parejo y Gerard (¡qué partido, qué elegancia!) son un lujo que el fútbol español mostraba al mundo junto a la genial terquedad de Vinicius, que estuvo a punto de empatar y seguía regateando en el descuento. Los contragolpes del Villarreal, con Morales y Danjuma, eran devastadores, pero el Madrid resistía, llevó sus centrales al ataque, subió incluso Courtois, descubierta ya la portería, sin poder lograr el empate que quizás merecía. Rozó el merecimiento, aunque no su defensa. Su defensa sí merecía la derrota. Con un rival como el Villarreal, en un partido que quizás fue el mejor del campeonato, regalar balones, temblar en la presión, vacilar en la salida y tropezar en el área parece mucha ventaja. El Madrid está defendiendo peor o con peor suerte, y eso no debería maquillarse con el nuevo surrealismo arbitral (¡árbitros con bigote daliniano, por favor!) y la muñeca chochona del VAR.