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Dom, May

Messi se instala en la eternidad: «Sabía que Dios me lo iba a regalar»

Deportes
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MUNDIAL DE QATAR... El argentino levanta al fin la Copa del Mundo tras lograr el gol decisivo en la prórroga. Fue nombrado también el mejor jugador del torneo

 (ABC).- Lloró, porque había que llorar. Rio con ganas, porque había motivos de sobra para hacerlo. Gritó y bailó con sus compañeros y se abrazó a Scaloni, el artífice del renacer de Argentina. Cómo no hacer todo eso después de vivir tantas emociones tan distintas en un espacio de tiempo tan corto. Y, por supuesto, celebró a lo grande con su familia. Con Antonella, Thiago, Mateo y Ciro, testigos en primera línea de un éxito que instala a Leo Messi en la eternidad.

Si alguien le hubiese preguntado antes del partido si cambiaba sus 41 títulos y decenas de trofeos individuales por el momento en el que levantó la Copa del Mundo en el estadio de Lusail, ¿alguien duda de la respuesta del astro argentino? Quizás no necesitaba ese momento para demostrar que es el mejor de la historia, que su carrera solo está al alcance de los elegidos.

Pero a ver quién discute ahora según qué cosas. Ni la genialidad de Maradona resiste ya la comparación. Con 35 años, cerca ya del final de su carrera, Messi logró la fotografía que rubrica su carrera. Él, en el podio de los campeones, rodeado por un equipo que le respeta e idolatra, y elevando al cielo la tan deseada copa dorada ante cerca de 35.000 compatriotas al borde del éxtasis. «Es una locura que se haya dado de esta manera. Lo deseaba muchísimo. Sabía que Dios me lo iba a regalar, presentía que iba a ser esta. Ahora a disfrutar», decía casi dos horas después del pitido final. Más tarde, confirmaba que su tiempo con la selección aún no ha terminado, aunque sin confirmar si seguirá hasta 2026 en busca de poder revalidar si corona: «Me encanta lo que hago, lo disfruto, y quiero seguir jugando unos partidos más siendo campeón del mundo»:

 

Su partido final da para muchos análisis ante los que cuesta encontrar un orden. Del Messi concentrado al inicio, que miraba una y otra vez a la tribuna buscando a su gente, se pasó al capitán, al que un graderío mayoritariamente de color celeste y blanco le recibió con una atronadora ovación. La electricidad brotó de golpe y recorrió cada pasillo del estadio. Solo el himno consiguió emocionar a los argentinos tanto como la aparición del ídolo. Entre os periodistas fueron muchos también los que tuvieron que sacar el pañuelo.

Luego llegó el Messi líder, implacable desde el punto de penalti y convencido del éxito hasta el apagón a diez minutos del final. Ahí se pasó al Messi cabizbajo y ensimismado al que le costó encajar el empate. Cuando por fin se reencontró, tuvo en sus botas finiquitar el partido con dos disparos que le sacó Lloris. Fue justo antes de sentirse de nuevo en la cima tras lograr el tercer gol argentino, el segundo en su cuenta y séptimo en el global del campeonato.

Al marcar en la prórroga soltó todas las emociones de golpe sin imaginar que la angustia aún debía prolongarse hasta los penaltis. Él era el rostro de un país que no terminaba de creerse tanto sufrimiento. En la tanda tiró el primero de Argentina, justo después de que Mbappé descorchara la serie. Su disparo, ajustado al palo derecho de Lloris, entró a cámara lenta y a más de uno se le paró el corazón. Luego volvió con sus compañeros y se abrazó a ellos hasta el desenlace, siempre dando ánimos y levantando el brazo hacia el Dibu Martínez con cada parada del guardameta.

 

Horas y horas de cánticos ensordecedores de la colonia suramericana en Madrid y Barcelona con el triunfo de su selección

Después, tras conseguir salir de la nueva montonera en la que le metieron sus compañeros al confirmarse la victoria , volvió a dirigirse una vez más a la grada para mostrarse a los suyos, como queriendo decir: «¡Lo hice al fin!». Más tarde fue tiempo de celebrar con ellos sobre el césped mientras se sucedían las felicitaciones de leyendas argentinas, igual de emocionadas que cuando les tocó a ellos disfrutar de la gloria.

El Mundial conquistado corona a un futbolista al que ya le quedan pocos récords que superar. En Qatar se va con dos más. En la final alcanzaba la cifra de 26 partidos mundialistas, dejando atrás al alemán Lothar Matthaus, y se convertía también en el único en marcar en todas las rondas de un Mundial (fase de grupos, octavos, cuartos, semifinales y final).

Durante toda la jornada se había escuchado un único cántico en Doha: «¡Messi, Messi!». En Msheireb, en el Souq Waqif o en Corniche, miles de camisetas albicelestes, muchas de ellas vestidas por árabes, indios o africanos, recorrían las calles en grandes grupos apoyando a su ídolo. No hay nada ya en el horizonte para el nuevo campeón, declarado también mejor jugador de la final y del Mundial.

Ahí aprovechó para tocar por primera vez la Copa y darle dos cariñosos besitos antes de agarrarla de forma definitiva, con una túnica puesta y en presencia de Infantino y el Emir de Qatar. «Mirá lo que es esta copa, es hermosa», continuó. «Se hizo desear pero acá llegó. Sufrimos un montón, pero lo conseguimos. No vemos la hora de estar en la Argentina para ver la locura que va a ser eso».

 

En el futuro habrá otra Champions, quizás. Quién sabe si el octavo Balón de Oro. Pero el sentido de la vida, al menos en lo profesional, ha quedado colmado para él.