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Sáb, Abr

24 HORAS DE LE MANS...Victoria y Mundial, la suerte bendice a Alonso

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Gana Le Mans por segunda vez y conquista el título de Resistencia gracias a un pinchazo del Toyota 7

(ABC) La fortuna que le ha afeado la despedida de la Fórmula 1 sonríe a Fernando Alonso en su nuevo periplo en el WEC. Buena suerte para el piloto asturiano, dicha, felicidad y ambición todo en uno. En el centro de Francia volvió a alzar el pulgar y a rociarse en champán porque ganó las 24 Horas de Le Mans y en el mismo paquete se proclamó campeón del mundo de Resistencia. A diferencia de lo que tantas tardes sucedió en la F1, condujo un coche inferior y venció. Sucedió por azar, ese don indescifrable del deporte. Cuando faltaba una hora para la conclusión, pinchó el Toyota número 7 que conducía Pechito López y que había gobernado, superior, la carrera. Alonso ha concursado dos veces en Le Mans y dos veces ha ganado.

En las 24 Horas de Le Mans el ciclo de vida de los pilotos se asocia al de los aficionados, los mecánicos, los auxiliares, los periodistas... Y una pregunta viaja por todas las almas. ¿Cómo, cuándo y dónde dormir? Alonso, por ejemplo, lo tuvo claro desde el primer día. Una siesta escasa de media hora en su camerino privado de Toyota, después del relevo nocturno. Los 185 pilotos restantes operan más o menos igual. Una cabezada en los coquetos y voluminosos motor homes y listos. A correr de nuevo.

Los mecánicos duermen en sillas en los garajes o en mantas por el suelo. Los ingenieros buscan un hueco confortable en los stands o en los boxes. Y lo mismo, el resto del personal de los equipos. Es práctica común arrastrarse hasta los vehículos privados y dejar que el sueño se imponga por unas horas. Una silla y una mesa en la sala de prensa también valen. Y queda un recurso más práctico, que consiste en desplazarse hasta el hotel cercano y procurarse unas horas de sueño antes de volver a la carga.

La noche representa el encanto de las 24 Horas de Le Mans. Muchos aficionados pernoctan en los campings aledaños, en tiendas Quechua o gigantescas caravanas perfectamente acondicionadas. Todos, desde Fernando Alonso al último piloto desconocido, el hincha o el ejecutivo, le echan un pulso al cansancio.Por ahí conviene entender las 24 Horas de Le Mans, una prueba de resistencia, de puro aguante físico para las estrellas del volante y de entereza mecánica para los coches. 24 horas seguidas, con sus minutos y sus segundos inacabables, como prueba de fe contra el agotamiento.

La peor hora, sin duda, es el amanecer. Ese instante bucólico para la mayoría que se convierte en un tormento para los pilotos que han conducido durante horas en las noche, esquivando vehículos más lentos o evitando la colisión con los más rápidos. Cuatro categorías integradas en una ensalada de coches, ritmos y destreza de pilotos que convierten a Le Mans en un evento colosal.

Todo es inabarcable en Le Mans. Los mejores coches pararon en los garajes entre 30 y 40 veces. Los turismos, entre 20 y 30. Una salvajada que tuvo un pronóstico temprano. Cuando Alonso se bajó por primera vez del Toyota número 8 a eso de las siete y media del sábado, ya vaticinó el desenlace. «Es difícil seguir al otro coche. Tenemos peor ritmo. Nada que hacer», dijo en público. «Nos arrancarán las pegatinas», confesó en privado.

El otro coche era el Toyota número 7 que tripularon el japonés Kobayashi, el británico Conway y el argentino Pechito López. Compañeros de marca, rivales en la pista. Los habituales enredos con los coches de seguridad favorecieron en unas ocasiones al Toyota 8 y lo perjudicaron otras. Reparto equitativo que tal vez podía desnivelar la noche, el peligro de la oscuridad. Pechito López admitió que Alonso cometió con él «una masacre» el año pasado. Esta vez no se repitió. El argentino aguantó el tirón y Alonso no pudo recortar toda la distancia que hubiera deseado.

Se estrelló Pastor Maldonado con el Dragon Speed, se salió el padre de Kevin Magnussen (Jan) con el Corvette que podía otorgarle otro Le Mans al español Antonio García en la categoría de GT Pro, hubo algún incidente menor que generó más salidas del coche de seguridad...

Parecía decidido y no era así. La prueba de longevidad se decidió al sprint por un pinchazo. Disputadas 23 horas, a falta de 60 minutos, Pechito López rozó un obstáculo y pinchó el Toyota 7. Alonso lo vio al instante mientras tomaba un refrigerio y advertía que «ese coche va muy lento». Su alerta activó a la mitad del campamento de Toyota, mientras Pechito avanzaba pesaroso y lento, la rueda pinchada, hacia el garaje. En realidad, en Toyota se habían equivocado de neumático y por una información de un sensor, le habían sustituido la rueda que no era.

Esa última hora fue un lamento para los integrantes del coche 7, más rápidos que el 8 pero penalizados por ese infortunio. El japonés Nakajima hizo su última parada a 28 minutos del final, mientras López realizó una parada fulgurante, exprés de 49 segundos para llenar el tanque de gasolina y galopar hasta la meta.

En ese stop, a veinte minutos para la conclusión, encontró Alonso la bendición de la buena suerte que ha encontrado en el WEC. Nakajima condujo algo más lento que el Toyota del argentino, pero tan fiable como siempre. Hasta la meta. Alonso lo hizo otra vez y se llevó todo ante 252.000 espectadores: el triunfo en Le Mans y el título de campeón del mundo.